martes, 16 de agosto de 2011

FRESAS

Charly estaba de botas de caucho y sombrero de paja, coronando una montañita rodeada de setos de flores frente a la cabaña campestre. Estaba algo sucio de tierra, y su barba y sus manos estaban untadas de alguna sustancia roja y seca como polvo de ladrillo. La luz en la espalda le daba algo de estoicismo a su figura. Se veía alto, bien parado sobre sus pies. Astrid y yo terminamos de subir la falda hasta que llegamos junto a él, y nos saludó mientras el sol, que estaba a medio caer por el horizonte, alargaba nuestras sombras por el pasto.

-¡Qué tal! ¡Hace tiempos!-. Me apretó entre un abrazo con palmadas que correspondí.

-Todo marcha, -dije-. -Ella es Astrid-. Charly le estiró la mano y la saludó viéndola a los ojos. Luego se inclinó para darle un beso en la mejilla.

-Hola-, dijo Astrid sonriendo. Miré su expresión. Algunas veces no me gustaba cuando saludaba a desconocidos, pero esta vez no noté nada más allá de sincera curiosidad, que yo también sentía. Este tipo había renunciado a un trabajo de director de una editorial en la ciudad y se había largado para un rancho en el campo a escribir una novela. O tenía mucha plata o tenía muchos huevos o estaba loco.

Seguimos al interior de la casa. Era un viaje al pasado, con muebles viejos y rancios. Frente a una gran ventana que daba hacia un paisaje coloreado con varias tonalidades de hermoso verde, eucaliptos y demás, había un gran escritorio viejo de madera gruesa que parecía pesar una tonelada. A la escena le daba contraste un brillante computador de último modelo en medio de un montón de papeles con dibujos y un diccionario gigante de sinónimos y antónimos aprobado por la Academia de la Lengua. Había una copia de un libro de instrumentos musicales antiguos.

-¿Quieren tomar algo? ¿Una cerveza?

-Yo sí-, dije. Astrid dijo que tomaría agua o té. Volvió a mi mente la idea de que quizá estuviera embarazada.

Llegaron las bebidas y nos sentamos en los sofás, quedando bastante hundidos. Toda la casa olía igual a lo que olía Charly. Toda la casa tenía un aroma a lana empapada y sudor.

-Es linda tu casa-, dijo Astrid.

Charly miró en derredor hacia lugares a donde no miraba nunca, e hizo un gesto con los hombros.

-Gracias. Es diferente a la ciudad. Hay menos comodidades.
-Por mí fuera, viviría en el siglo diecisiete. Por las comodidades nos tienen clavados los bancos y el gobierno.-, dije.
-Creo que es linda-, dijo Astrid. -Le falta un toque femenino, algo de color, pero creo que es linda… ¡uy, perdón!-, dijo llevándose ambas manos a la boca –a veces soy una imprudente-. Se sonrojó y buscó mi apoyo, pero yo estaba distraído viendo un rifle de la segunda guerra mundial exhibido muy alto en una pared. -No hay problema. Tienes razón-, dijo Charly después de revisar sobre su hombro el vano oscuro de un corredor hacia otra área de la casa. -Cuando dan las petunias y los novios, les corto y les pongo en un jarrón. A Roberta le gustan mucho-.

Yo no veía a Roberta desde hacía unos años, pero recordaba cómo le caía de bien un par de jeans llenos de rotos en las piernas que se ponía a veces para ir a la universidad. Era un poco callada, pero sonreía a menudo y se veía como una hembra saludable aunque uraña. Cuando supe que se había juntado con Charly, me sorprendió.

-¿Y en dónde se metió Roberta?
-Ya viene. Estuvo preparando un cheesecake de fresas. Es su obra maestra. Ya verán. Nosotros mismos las cultivamos. Casi todo lo que comemos sale de nuestra huerta.

Astrid se levantó de la silla, fue hasta la ventana y apoyó sus manos sobre el escritorio. Se inclinó ligeramente hacia el vidrio y el vestido acentuó sus curvas un poco. Noté una diferencia en la alzada de su culo que, cuando estaba desnuda, no se le veía.

-Es mejor, dicen, ¿no? La comida orgánica-, dijo viendo hacia fuera, como buscando algo en las montañas.
-Depende de lo que se considere mejor. Si te refieres a que es mejor que ir a la tienda y agarrar lo que necesites, no lo es.
-Me refiero a que es mejor para tu cuerpo. Dicen que uno es lo que come.

Charly sonreía mientras la miraba. No creo que se diera cuenta de que lo hacía, pero yo sí.

-¿Y cómo ha estado Roberta?-, pregunté.
-Pregúntale a ella-, dijo levantándose de su asiento. Astrid se volvió y enderezó su pose.

Yo también me paré y fui hasta donde había aparecido.

-!Roberta!, -dije-. !Carajo! ¿Hace cuánto?
-Hace mucho-. Recibió mi beso de saludo casi con la oreja. Tenía el pelo recogido en una moña, y de sus patillas se desprendían unos pocos hilos de canas brillantes que se enterraban entre el nudo de su pelo. Tenía unos treinta y tres años. Yo no la veía hacía cinco o seis. Miré sus piernas y no pude ver nada. Estaba vestida con un manto parecido a costales tejidos que bajaban hasta sus tobillos, y alhajas plateadas que le colgaban del cuello en gajos. Estaba descalza y no llevaba maquillaje, pero conservaba algo que todavía la hacía atractiva. Imaginé sus muslos y sus axilas y no pude más que verles completamente blancos.
-Te presento a Astrid-, dije. Roberta la miró y se acercó a ella tomándola por los hombros. De nuevo puso su oreja para recibir el beso.
-Mucho gusto, Roberta.
Astrid y yo nos sentamos de nuevo. Luego Roberta volteó a mirar a Charly, que para entonces estaba preparando la hooka para que fumáramos.

-Chito, ¿vamos a fumar antes de comer?, -pregunto Roberta.
-Lo que tú quieras, Rob. Muchachos, ¿qué prefieren?

Yo paso. Alguien debe manejar ese chéchere de vuelta a la ciudad, -dijo Astrid.

-Tú te lo pierdes-, dijo Charly. Esta cosa es lo mejor. Un plom y quedas en las nubes. Es de mi propia cosecha. Mira-. Mostró una bolsa de plástico negra llena de moños de marihuana de distintos tonos de verde, como la piel de una iguana hecha jirones.
-Charly se ha vuelto un genio para los trabajos del campo-, dijo Roberta. -Vivo con todo un profesor Yarumo-. En ese instante oímos unos graznidos espeluznantes y un golpeteo muy fuerte en la puerta de la cocina. Parecía que la fueran a tumbar. Astrid dio un salto y me agarró del brazo. Volteamos a mirar hacia la puerta.
-¡Charly! ¡No sacaste a Buda!-. Charly seguía acomodando cazos y mangueras y llenaba la barriga del aparato con un hilito de agua. Lo hacía con dedicación. Roberta fue corriendo hasta la puerta y la abrió dejando salir un cerdo gris y rosa del tamaño de un niño de dos años, con las orejas casi tapándole los ojos. Movía su nariz de arriba abajo y daba saltitos rápidos por la alfombra y sus pezuñas hacían clik click click cuando le daba al baldosín. Luego Roberta Lo levantó del suelo y lo abrazó poniendo su cara contra el hocico inquieto del cerdo que graznaba y batía su rabo enroscado.

-¿Quién es mi vida? ¿Mi amor? ¿Quién?-. Roberta lo mimaba y el cerdo casi moría de un infarto mientras batía sus patas.
-Ahora vas a portarte bien, -dijo Roberta al cerdo-. -Tenemos visitas-.

El animal salió en estampida y llegó a olisquearnos. Metió su hocico entre las piernas de Astrid y la hizo dar un salto sobre el sofá.

-¡Buda! ¡No! ¡Malo Buda! Chito, llévalo a su cuarto y dale unos juguetes. Si no, no nos va a dejar en paz. Es un loco ese niño-, dijo dirigiéndose a nosotros. Astrid estaba paralizada, pero luchaba por disimularlo. Charly dió una última mirada al armazón de la hooka y se levantó. Luchó un minuto por agarrar al animal que resistió, pero finalmente lo pudo alzar por la espalda dejando expuestos sus testículos en crecimiento. La panza era lisa, lampiña y pálida, no muy distinta a la de una mujer pequeña. Salió por la puerta hacia el cobertizo y se perdió de vista con el animal dando gruñidos.

-¿Tienen hambre?-, nos preguntó Roberta mientras alizaba su ropa y ordenaba sus collares.
-Un poco, pero haremos lo que ustedes ordenen-, dije amablemente.
-Yo sí. Muero de hambre-, dijo Roberta. -Les gustará lo que preparé. Voy un segundo a la cocina a ver cómo van las cosas. Qué pena el disparate.-. Cuando desapareció tras la puerta, Astrid susurró:
-Dios mío. ¿Qué carajos fue eso?
-Un cerdo.
-No seas imbécil. Ese puto cerdo casi me viola y te me quedas viendo no más. Además, ¿quién putas tiene un cerdo de mascota?
-Muchas personas. Hay gente que duerme con serpientes.
-Es un asco. Voy a tener pesadillas durante meses.
-No exageres. Y deja de susurrar.
-Si no susurro, grito. No me habías dicho que estaban tan locos.
-Yo no creo que estén locos. Tal vez sólo están aburridos.
-Aburridos, un culo. Lo que están es chalados. De verdad hay gente para todo. Parece que AMARA a ese bicho.
-Voy por otra cerveza, ¿quieres?
-No. Quisiera irme. Tengo ganas de vomitar.
-Trata de calmarte.

Fui hasta la cocina. Roberta estaba en cuatro patas con la cabeza metida entre una alhacena. Su culo se veía bastante forrado y, de repente, los trapos con que vestía parecieron menos horribles. Hacía ruido con el metal de las ollas y sartenes.

-¿Charly? ¿eres tú? No encuentro la maldita bandeja. ¿Charly?
-Soy yo. No soy Charly. Vine por otra cerveza, si no te importa.
-Nada de eso. En la nevera encuentras las que quieras. No pidas permiso la próxima vez. Sólo vienes y la agarras y ya-. Dijo todo eso con la cabeza todavía clavada dentro del negro hoyo.
-¿Necesitas ayuda?
-Eres un santo. ¿Podrías mirar en los cajones de allá arriba a ver si está una bandeja de flores amarillas?
-Claro-. Miré entre unos compartimientos. Sólo vi suciedad y polvo endurecido como arcilla. Había telas de araña y un montón de hojuelas gruesas y duras que alguna vez fueron cáscaras de mandarina. Luego vi hacia abajo y encontré la punta de la bandeja asomándose tras la nevera. La saqué y la entregué a Roberta.
-Gracias, lindo. Ahora llévate tu cerveza y vete a acompañar a tu mujer.

Salí y Charly estaba sentado en mi lugar junto a Astrid. Los dos voltearon sus cabezas para mirarme. Yo me quedé parado con mi cerveza en la mano. La media erección que había logrado en la cocina se esfumó.

-Ven, Nene-, dijo Astrid. Charly estaba mostrándome lo que hace acá. Es fascinante. ¿No quieres verlo?
-En realidad pensaba en fumar un poco de esa cosa que armaste.
-Oh, ah, oh. Claro, claro, por supuesto. Después seguimos viendo estas cosas. Ahora lo que importa es que pasemos un buen rato juntos-, dijo Charly.

Charly puso la hooka en medio de la mesa del centro de la sala y nos arrodillamos. Cada uno tomó una de las mangueras y, en el otro extremo, Acercó un encendedor. La máquina hacía burbujas y de la manguera salió una enorme bocanada de humo que me hizo atorar y toser con fuerza. Di un largo tirón a mi cerveza.

Estuvimos fumando un rato, pasándonos la manguera de la hooka. Roberta llegó y cayó pesadamente a mi lado, levantando un poco de viento.

-Si no me apuro, me dejan sin nada-.
-Esa es una doble negación-, dijo Charly.
-¿Cómo?-, dijo Roberta conteniendo una bocanada de humo.
-Lo que dijiste, “me dejan sin nada”, es una doble negación.
-Y bueno, Don Ezequiel Uricoechea, ¿cómo se supone que deba decir que si no corro me joden?

Reímos. Astrid también lo hizo. Sentí la rodilla de Roberta apretarse contra la mía durante la risa general. Miré a Astrid y le pregunté:

¿Quieres un poco? Un poquito no te va a matar.
-Gracias nene, paso. Ya estoy turra sólo de estar acá. Voy a la cocina a buscar agua. No te importa, ¿verdad Roberta?
-Adelante.
-Voy a cambiar el porro. Éste ya murió-, dijo Charly sosteniendo el moño quemado entre los dedos. Se levantó y fue hasta la mesa en donde tenía la bolsa, sacó un moño grande y comenzó a romperlo en pedacitos que ponía en un plato. Roberta se inclinó por el paquete de cigarrillos junto a la hooka, sacó uno, lo encendió y volvió a recostarse junto a mí.
-Mírame-, me susurró.

La miré y exhaló el humo sobre mi cara, con sus labios haciendo un agujero del que salía un hilillo apenas perceptible de humo. Se me puso dura instantáneamente. Charly regresó con la hierba y la metió en el cazo después de desechar la que estaba quemada.

-¿Listos para el Round Dos?-, preguntó alegremente.
-¡Lista!-, dijo Roberta inclinándose para coger la manguera que Charly ofrecía al primero que la recibiera.
-Esta vaina está buenísima-, dije.
-Te lo dije. Charly es un experto.

Oímos el agua del baño y Astrid salió con un vaso de agua en la mano. No me había dado cuenta de que hubiera entrado.

-Ya vengo-, dijo Roberta. Es hora de comer. Ya me dio la munchies. Y salió hacia la cocina.

Astrid posó su vaso de agua junto al cenicero lleno con las colillas aplastadas. Se sentó en una poltrona, y quedó con los brazos a los costados como si estuviera en una bañera. Dio un suspiro profundo cuando estuvo inmóvil. Su vestido se había encaramado sobre uno de sus muslos, pero no hizo nada para corregirlo. Era un muslo bastante apetitoso y pensé en mi suerte. Mientras Charly terminaba la operación de la hooka, Astrid lo miraba. Luego de un momento, dijo:

-Charly, ¿Sabes qué me gustaría? Me encantaría un gran vaso de fresas con crema.

Charly levantó la mirada y se detuvo en las piernas de Astrid. Luego me vio. Dijo:

-Hay pocas maduras, pero seguro encontraremos alguna que otra que se pueda comer. Las fresas son tan generosas.
-Yo iría por unas-, dijo Astrid. .
-Tendría que acompañarte, ¿no?-, dijo Charly, pero el “¿no?” era para mí y lo dijo viéndome.
-Pues, ¡vamos!-, dijo Astrid emocionada, saltando de la silla. Se acercó a Charly y lo tomó de la muñeca llevándoselo. Él simuló una pesadez que no tenía y se dejó arrastrar hasta la puerta, por donde se fueron riendo. Los oí alejarse.

Al poco tiempo Roberta salió de la cocina con una bandeja llena de verduras de distintos colores, y unos cubos blancos que parecían queso.

-¿A dónde se fueron?
-Están buscando unas fresas.
-¿Fresas?
-Eso dijeron.
-Fresas, fresas, fresas, dijo como terminando un suspiro.
-Astrid y tú se ven bien juntos. Es bonita.

Hubo un silencio. Luego Roberta dijo:

-¿Te acuerdas de nosotros? ¿Alguna vez? Yo a veces lo hago. Charly es un aburrido. El otro día antes de llamarlos a invitar pensé en lo bien que la pasábamos, ¿te acuerdas?
-Todavía me cuesta creer que vivas acá. Nunca lo hubiera imaginado.
-Charly es un gran tipo. Él me salvó la vida, ¿sabes? Cuando todos los demás me abandonaron, sólo él me dio la mano. Te pregunté si piensas en nosotros.
-No sé, de pronto alguna que otra vez.
-Yo sí. Hace poco soñé contigo un sueño muy real. Parecía que estabas ahí, ¿sabes?. Charly dormía y roncaba. Fue como estar en dos lugares al mismo tiempo.
-Dios, Roberta.

Se me acercó a la cara, sacó la lengua de su boca y pasó la punta sobre mi barbilla, labios y llegó a la punta de la nariz. Abrí la boca y entró con su lengua plena hasta el fondo de mi garganta. Hice lo mismo. Las pelotas me dolieron. Luego separé a Roberta por los hombros y le dije: -Para.

Oímos pasos afuera. Me pasé una mano por el pelo y me limpié la boca con la manga del saco. Se abrió la puerta y entraron Astrid y Charly con una caja de cartón. Astrid masticaba una fresa que acababa de morder.

-Hola chicos-, saludó Charly-. Trajimos unas fresas de lujo. Están deliciosas.

Astrid siguió de largo y puso la caja en medio de la mesa. Escogió una fresa y se la metió entera a la boca. Cogió otra y se la ofreció a Charly haciéndole un ademán para que abriera la boca.
-Vamos a ver cómo ando de puntería. Abre bien. Charly abrió la boca. Parecía un círculo rosado en medio de la barba negra. Astrid lanzó la fresa y le cayó justo en medio de la lengua. Charly masticaba y reía con Astrid.
-¿Ven? No he perdido el tino-. Cogió otra y se dirigió a mi.
-Ahora tú.

Abrí la boca y la lanzó. Me pegó en el ojo. Se dobló con una carcajada. Yo recogí la fresa del suelo y me la comí. Roberta se asomó a la caja con las fresas y dijo: -Están muy verdes. Charly, a estas fresas les faltan por lo menos dos semanas.

-Cogimos del suelo la mayoría. Pruébalas, están muy ricas.
-Se ven verdes.

Roberta escogió moviéndolas con el dedo, escarbando entre las pelotitas deformes, algunas todavía blancas, buscando alguna que estuviera a su gusto. Creo que tuvo éxito.

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