jueves, 29 de julio de 2010

El ser más feliz del bosque - cuento infantil

EL SER MÁS FELIZ DEL BOSQUE

A Jacobo

El bosque de los sauces creció cuando las semillas que el viento trajo una mañana a la pradera, se mojaron después de una lluvia que duró muchos días. Nacieron flores que desprendían toda clase de aromas, hongos como cúpulas llenos de puntos blancos, marrón y púrpura, plantas con hojas de muchas formas, árboles enormes de grandes ramas, y un musgo muy fino que crecía sobre las piedras y las hacía ver suaves y acolchadas como almohadas de terciopelo.
Poco a poco, vinieron los animales. Las ardillas aprendieron que si clavan sus garritas en la corteza del los árboles, podían subir hasta las copas a buscar nueces para comer. Los pájaros anidaron en las ramas más delgadas, donde ningún ladronzuelo vivaracho pudiera ir a robar sus preciosos huevos mateados. El grupo de gusanos de piel blanca y cabeza dura decidió hacer una gran cueva subterránea formando una ciudad, y se convirtió en vecino de las hormigas que habían llegado allí atraídas por el delicioso sabor de las hojas de trébol. Las termitas, a quienes también les gustaban las cuevas, decidieron hacer una montaña llena de carreteras por dentro en lugar de un túnel y así tuvieron un lugar dónde vivir.
Al poco tiempo hubo ranas y sapos de muchos colores, lagartijas de tonos verdes claros y oscuros con crestas de colores vivos y brillantes. Llegaron arañas de patas largas y traseros gordos, serpientes que se enroscaron bajo las piedras y ratones que pasaban como rayos por el suelo levantando las hojas secas en un huracán.
Los primeros animales grandes en llegar fueron un oso gris y un cocodrilo que se sintió muy a gusto en su nuevo hogar, nadando en el lago central de noche y de día descansando en el sol para calentar su gruesa piel.
Como llovía tanto, por el bosque corría un pequeño arroyo que llegaba hasta el lago, en donde cada mañana se reunían todos a contemplar el amanecer, a decirse los buenos días y a agradecer a la naturaleza su generosidad. En el bosque todos eran muy felices.
Un amanecer, cuando el sol iluminaba el hermoso bosque con sus primeros rayos y lo hacía parecer de oro y bronce, se oyó en medio de los grandes troncos de madera un llanto. Los animales se fueron despertando poco a poco y se miraban para descubrir cuál de ellos lloraba. El pájaro gritó desde arriba y dijo que él estaba durmiendo cuando oyó los lamentos, así que no podía ser él. El oso habló con su voz gruesa y dijo que él no había oído nada porque estaba muy dormido, y mostró su gran boca en un enorme bostezo que dejó a todos asombrados. La serpiente dijo que estaba mirando fijamente al ratón y el ratón dijo que él no tenía tiempo de llorar porque siempre estaba corriendo. Se sugirió que pudiera haber sido el cocodrilo, porque se sabía que ellos a veces lloraban, aunque no sintieran ningunas ganas de hacerlo. El cocodrilo se defendió diciendo que él había estado bajo el agua todo el tiempo, hasta que oyó el arrebato de los demás y decidió sacar sus ojos del agua para investigar qué ocurría.
Todos estaban confundidos. Estaban seguros de que habían oído un llanto, pero no sabían cuál de ellos había sido. De pronto, en medio de las voces mezcladas de todos, de las suposiciones que compartían y de alguna que otra idea loca de alguno, como que tal vez fue una nube que pasó muy bajito y se oyó su llanto que jamás se nota porque están siempre tan altas, entre el ruido que hacían todas las voces de distintos tonos al mismo tiempo, una voz aguda y simple se escuchaba desde el suelo pidiendo que la dejaran hablar, que tenía algo qué decir. Todos se miraron en silencio y apareció detrás de uno de los árboles la ardilla, y dijo:
-“Yo sé quién ha estado llorando, pero sólo hasta hoy lo hizo tan fuerte que pudimos oírlo.”
-“¿Cómo?”, se preguntaban los demás, -“pero, ¡si aquí todos somos felices! ¡Aquí nunca se ha visto la tristeza, o a alguien a quien la miseria lo haya atacado!”

-“Habla ardilla”, dijo el oso con voz grave, “dinos quién ha estado llorando”.
Todos los demás quedaron en silencio rodeando a la ardilla, que sintió que debía proteger la identidad de su amigo. Sacudió la cola y se quedó mirando un rato el suelo, pensativa.
-"No se los voy a decir", contestó la ardilla con un gesto de valentía mientras inflaba su pecho, cruzaba sus brazos y cerraba los ojos. -"No se los diré aunque tenga que vivir toda la vida en silencio."
Todos los animales miraban fijamente a la ardilla, pero ella estaba quieta como una estatua de piedra. Al parecer nadie podría hacerla hablar. De repente, el oso se enojó, salió de entre los demás y tomó a la ardilla del cuello, con sólo dos dedos de su enorme garra. La ardilla temblaba de miedo y se sacudía mucho tratando de zafarse, pero el oso era muy fuerte y no la iba a soltar. La llevó hasta su cara y la miró fijamente con sus grandes ojos rojos:
-"Mira, ardilla tonta. Si no nos dices quién ha estado llorando, cualquiera va a poder estar triste, y nuestro bosque va a llenarse de lamentos y de lágrimas y ya nadie reirá y todo se pondrá gris y el lago se volverá salado y todos tendremos que irnos de aquí. ¿Es eso lo que quieres? ¿Que se acabe nuestra vida?"
-"Tonta ardilla, tonta ardilla, tonta ardilla...", murmuraban los demás.
"Oh, no. ¡Se acabará nuestra vida!", -gritó el tucán y cayó desmayado con su gran pico abierto y los ojos en direcciones opuestas. Un topo que había estado fisgoneando desde su hoyo en la tierra, metió la cabeza y cerró la puerta de un porrazo.
La ardilla, aunque estaba nerviosa con sus piecitos colgando en el aire y con la cara del oso en frente, tuvo valor para seguir en silencio. Los animales comenzaron a pasar del susto a la molestia. Algunos se quejaban de lo egoísta que estaba siendo la ardilla al no contarles quién estaba causando todo ese revuelo con su llanto.
-“Si no nos dices quién es, tendremos que tomar medidas drásticas“, -dijo el gran oso con mucha seriedad, más tranquilo que antes, pero con una expresión que lo hacía parecer más alto y más fuerte.
-“Quiero decir algo, pero debes ponerme de nuevo en el suelo”, -replicó la ardilla al ver que los demás estaban muy nerviosos y que querían una explicación.
El oso hizo un gesto de desaprobación, pero como tenía curiosidad de saber qué tenía que decir la ardilla, la bajó de nuevo y la puso suavemente en el suelo. Luego la vocecita aguda de la ardilla continuó:
-“Este amanaecer, cuando todos oyeron el llanto y los sollozos, dije que sabía quién era porque lo sé desde hace mucho. Uno de nosotros llora todas las noches, casi en silencio, y he tratado de confortarlo y de darle ánimos para que no sufra, y le he dicho muchas veces que aquí en el bosque, entre toda nuestra felicidad, no debería haber ninguno que tuviera una tristeza tan grande porque para eso estamos los amigos, y como aquí somos tan unidos unos con otros, entonces creí que tal vez podría haber una solución que encontráramos entre todos. Esta mañana, cuando supe que ya todos habían descubierto lo que estaba pasando, decidí que les iba a contar. Lo que no imaginé fue que reaccionaran con resentimiento. La felicidad es un regalo de la naturaleza para compartir, pero eso no nos hace dueños de ella. ¿Quién dijo que nadie puede estar triste? ¿quién dijo que nadie puede llorar si está triste? y, sobretodo, ¿quién ha dicho que la tristeza acaba con la felicidad? Yo creo que sin tristeza no habría felicidad al igual que sin noche no habría día, o sin cielo no habría tierra…”
Todos habían escuchado el discurso de la ardilla con atención, y algunos se sintieron avergonzados por su actitud de antes. El oso, que estaba confundido por las palabras de la ardilla, dio un fuerte golpe en uno de los árboles que estaba cerca y gritó:
–“¡No voy a permitir que haya tristeza en este bosque!” y repitió, con todo el aire de sus pulmones:
-“¡NO HABRÁ TRISTEZA EN EL BOSQUE! Así que ardilla, nos dirás ahora mismo quién está arruinando nuestras vidas en esta plácida mañana de primavera”, -terminó de decir con tono grave y agitado por la excitación.
La ardilla, que temía ahora por su propia seguridad, intentó saltar hacia una rama, pero el oso fue más rápido y la atrapó con su gran garra antes de que pudiera escapar. La ardilla tenía mucho miedo y los otros animales veían la escena con terror, porque no se había visto u oído jamás que en ese bosque alguien hiciera daño a otro ser. De repente, en medio del alboroto, la tierra comenzó a vibrar, el viento sopló entre las ramas de los árboles y una gran nube de polvo salió de entre las hojas a toda velocidad. Una bandada de pájaros que anidaba entre la frondosidad de las hojas salió volando hacia el cielo como una mancha negra, y otros animales que estaban posados en los gajos verdes tuvieron que dar un gran salto a lo lejos o correr por el suelo. Se oyó un gran crujir, parecido al sonido de un trueno, pero más despacio, como suenan las ramas secas de los árboles cuando están a punto de partirse y caer. En ese momento, los animales más pequeños levantaron la cabeza y vieron lo que se les acercaba. Una gran voz profunda, como nunca se había escuchado, una voz que hacía parecer a la del oso como el de una pequeña hormiguita, dijo:
-“Soy yo al que buscan”. “Oso, suelta ahora mismo a esa ardilla y ponla en el suelo.”
El gran árbol sacudió sus ramas y movió su tronco de atrás hacia delante una y otra vez, puso sus ramas principales sobre la espalda e hizo un sonido extraño que parecía de dolor pero a la vez de alivio.
–“Hace mucho, mucho tiempo que no me movía”, -dijo esbozando una sonrisa que se dibujaba en su gran tronco, con sus grandes ojos cristalinos muy abiertos bajo los párpados de corteza que los cubrían, mientras caían miles de hojas secas a su alrededor por todo el movimiento.
El oso estaba maravillado, confundido y tenía el hocico abierto. La expresión de su cara era la de alguien que hubiera visto algo venido de otro mundo. Se veía muy pequeño bajo la sombra de ese gran árbol que ahora le ordenaba bajar a la ardilla. El árbol, después de su estiramiento y de sacudir todas sus ramas, continuó diciendo:
-“Hace mucho, mucho tiempo, antes de que todos ustedes nacieran, de que sus abuelos llegaran a este bosque a habitarlo, todos los árboles podíamos movernos. Jugábamos a lanzarnos al lago a flotar, nos revolcábamos en la tierra y éramos muy flexibles, pero ante todo saltábamos mucho. Éramos grandes saltadores y nos retábamos a ver si alguno era capaz de saltar el lago de un lado a otro… Eran muy buenos tiempos, -suspiró con nostalgia mirando hacia el horizonte.
El árbol carraspeó y estornudó lanzando al topo de nuevo a su hoyo en la tierra con el gran ventarrón. Se aclaró la garganta y prosiguió con seguridad:
-“Un día, vimos que empezaron a llegar pequeños animales que buscaron nuestras ramas para hacer sus casas y sus nidos, y que aprovechaban nuestras lianas para saltar de un lado a otro, y nuestras ramas y hojas para comer. Poco a poco nos fuimos quedando quietos, para no tropezar con alguna criatura terrestre, o no hacer caer los nidos de las ramas con los polluelos en crecimiento. Poco a poco todos fueron quedando dormidos en un sueño muy profundo y las raíces se hincaron más y más en la tierra hasta que no pudimos movernos más. De eso ya hace muchísimos años, y aunque el viento sopla y es muy reconfortante, es otro quien mueve nuestras ramas, y no es igual que hacerlo por uno mismo. Esta es la razón por la que lloro. Ninguno de mis hermanos árboles ha vuelto a despertar, y aunque sé que siguen vivos, creo que seguirán dormidos durante mucho tiempo más. Yo, para decirles la verdad, nunca dormí. Siempre estuve despierto, fascinado al ver cómo cientos de criaturas llenaban el bosque de movimiento, y me enamoré de su tranquilidad y su paz, y creí que estando quieto y en silencio haría un bien para todos, que era más grande que satisfacer mi ansiedad por volver al agua a flotar o por dar una gran carrera para caer de espaldas en el lodo envuelto en carcajadas”.
Los animales se miraban unos a otros. Los que tenían miedo antes, estaban sentados oyendo al árbol hablar pausadamente. El árbol bajó una de sus ramas hasta el suelo y le hizo un gesto a la ardilla para que subiera. Ella dio un salto y corrió batiendo su cola por la rama hasta el tronco, se posó un momento sobre la nariz puntiaguda del árbol, tomó impulso y llegó a una rama más arriba en donde se sentó a mirar desde lo alto a la multitud.
El oso habló con voz muy suave:
-“Por favor perdónanos, querido árbol. No sabíamos qué estaba pasando y sentí temor por los demás. En el bosque ha habido algunos que han intentado acabar con nuestro estilo de vida, y lo único seguro que nos queda es la felicidad. Pero por favor cuéntanos por qué has estado llorando. Dinos, por favor, si te podemos ayudar”.
-“Me temo que nadie puede ayudarme, amigo oso”, -contestó el árbol con serenidad soltando un largo suspiro. “He estado soñando con volver a moverme desde hace mucho, pero soy responsable de tantas vidas y mis raíces están tan enterradas que no creo posible volver a moverme nunca más.”
Un ave que había estado silenciosa mirando de un lado para otro a los que hablaban, dijo con voz dulce:
-“Siempre nos has servido de hogar y de refugio. Siempre has estado dispuesto a cubrirnos de la lluvia cuando cae fuerte, has soportado en silencio que te hagamos hoyos en el tronco para proteger a nuestras crías y polluelos, siempre nos has dado sombra en los días de calor, y nosotros ni siquiera sabíamos que estabas vivo. No me imagino cuántas veces sentiste la necesidad de moverte, y no lo hiciste para no causarnos una molestia”.
Los demás observaban con interés a ese pequeño pájaro de plumas azules y doradas que brillaban con los reflejos de la luz mañanera. El ave prosiguió:
-“Tengo una propuesta: ¡Vamos a liberar al árbol!”
- “Pero si eso es imposible”, -se oyó decir a alguno. “¿Cómo vamos a poder mover semejante peso con nuestros débiles brazos y piernas?
-“Es sencillo”, -contestó el ave. “Mudaremos nuestros nidos a otro lugar, cerraremos los hoyos que hemos hecho en él con resina de miel de abejas, curaremos las heridas que hemos hecho en su corteza cuando hemos querido rascarnos el lomo, y tú –dijo señalando al topo-, tú, querido amigo, cavarás el mejor túnel de tu vida alrededor de las raíces y soltarás la tierra a su alrededor para liberarlo. A ti, gran oso, te necesitaremos para que, con tu fuerza, muevas el tronco de un lado a otro y poco a poco aflojar sus raíces, para sacarlo de su encierro. Tú ardilla, con tu gran valentía, serás quien guíe toda la operación”
Los animales se miraron con ojos de alegría. El pájaro al que nadie había oído antes hablar porque pasaba sus horas cantando, había dicho muchas cosas ciertas. Los gusanos fueron los primeros en decir que ayudarían al topo a cavar. El cocodrilo, que había estado quieto como una piedra, se movió rápidamente y dijo que él ayudaría al oso a halar, siempre y cuando alguien hiciera una cuerda fuerte para atarla a su cola. Las arañas contestaron que se unirían para hacer la mejor cuerda jamás fabricada, con la seda más fina de sus barrigas que, como todos saben, es la cosa más fuerte del mundo. Uno a uno fue diciendo cómo ayudaría en el proyecto, y hasta los demás pájaros sugirieron que tomarían las ramas delgadas del árbol en la copa para ayudar a levantarlo en vuelo, si era necesario.
El árbol, que había estado observando la algarabía de la reunión, y que había prestado mucha atención a las ideas que todos exponían, lloró de nuevo, y una gran lágrima cayó dentro del pico del tucán que seguía desmayado. El tucán se levantó de un brinco, revoloteó y tosió y quedó empapado y confundido. Todos rieron al ver el susto del pobre tucán, que terminó riendo con los demás al unísono y se oyó una carcajada sonora en todo el bosque. Después de la gran risa, el árbol dijo con voz ronca y poderosa:
-“Gracias, amigos.”
Todos iniciaron la labor. La ardilla subía y bajaba del tronco para coordinar al topo y a los gusanos, de modo que sacaran sólo la tierra necesaria para liberar las raíces, que una a una fue quedando al descubierto. Los pájaros tomaban puñados de ramas de sus nidos y los trasladaban a otros árboles, depositándolos suavemente sobre las ramas, mientras que dejaban los huevecillos en los capullos de las flores con forma de cáliz al cuidado de la ardilla. Las arañas encajaron sus redondos traseros uno al lado del otro, y comenzaron a producir un hilo muy fuerte que enrollaron en un carrete con la ayuda de los ratones y las lagartijas. Los sapos y las ranas trajeron agua para saciar la sed de todos, ayudando de vez en cuando hacía falta dar una mano a los demás. La ardilla parecía el director de una orquesta y el árbol miraba orgulloso cómo todos los animales hacían su mejor esfuerzo.
Tres días y tres noches trabajaron los animales sin descanso, parando sólo para comer alguna baya o una nuez, y durmiendo a pequeños ratos por turnos. Lo más difícil fueron las raíces del árbol. Había estado mucho tiempo quieto, y habían crecido mucho dentro de la tierra. Sin embargo, el topo y los gusanos hicieron un trabajo maravilloso, y el árbol se sentía mucho más suelto de los pies, como si le hubieran quitado una gran cadena y ahora pudiera moverse.
Había llegado la hora. Las lagartijas ataron el hilo de la araña a la cola del cocodrilo y dieron varias vueltas alrededor del árbol. El oso estaba preparándose con estiramientos, haciendo traquear sus dedos y moviendo su cuello de un lado a otro, dando saltitos en un mismo lugar para calentar su cuerpo antes de poner su fuerza en funcionamiento. Los pájaros se alistaron en las ramas más grandes que pudieran tomar con sus pequeñas patas y el árbol suspiró dejando caer unas hojas secas al suelo. La ardilla dijo en voz alta:
-“¿Todos listos? A la cuenta de tres, todos con fuerza…
-“Unooooooo… doooooooos, y... treeeeeeeeeeeees…
El oso dio el primer gran empujón. Sus músculos se tensaron bajo el manto de felpa y de su boca salía espuma causada por el esfuerzo. El cocodrilo haló enterrando sus patas en el lodo y siguió halando hasta que los hilos de la cuerda se estiraron al máximo. Los pájaros batían sus alas a toda velocidad y miraban hacia el cielo, con sus patas agarradas de todo tipo de ramitas y chamizos que tiraban hacia arriba. El árbol se estremeció, bajó sus brazos y levantó la corteza que estaba pegada al suelo, tomo aire muchas veces y comenzó a mover las raíces poco a poco, removiendo la tierra a su alrededor en un gran esfuerzo que le hacía dar pequeños gemidos y graznidos, hasta que al fin, pudo verse cómo sus pies se liberaban de la tierra y eran libres una vez más, después de tanto tiempo. Al ver esto, los animales saltaron de júbilo y comenzaron a tomarse de los brazos haciendo danzas en círculos y gritando ¡viva! ¡vale! ¡lo logramos! ¡el árbol es libre! El oso se abrazó de la ardilla y le pidió perdón por haberla asustado antes, el cocodrilo sonrió y soltó una auténtica lágrima de alegría, los pájaros volaron en círculos y todos se mostraron contentos por lo que habían logrado hacer.
El árbol no pudo resistirlo y salió corriendo hacia el lago y se lanzó en un planchazo al agua, flotando y chapoteando, feliz de estar allí mirando el cielo una vez más directamente y no a través de sus ramas.
Finalmente, después de un rato, el árbol salió del agua despacio y pidió a todos que se reunieran a su alrededor. Cuando estuvieron todos presentes, dijo:
-“Amigos. Hoy me han hecho el ser más feliz del bosque. Su generosidad no tiene comparación. A ti, pequeña ardilla, te pido que cuides bien de tus amigos y que los sigas escuchando cuando tengan algo qué decirte. Tus preciosas orejas han sido un gran consuelo en mis días de tristeza. A todos gracias. Espero que sus vidas sigan siendo buenas, y que la próxima vez que alguien haga algo que no entiendan, no lo tomen a la ligera. A veces los cambios son lo mejor que puede pasar a una comunidad.”
Y así, el árbol tomó camino hacia el horizonte, en donde lo esperaban los lugares con los que había soñado desde hacía tanto tiempo, mientras los animales del bosque tomaban una merecida siesta después de tanto trabajo. El único que se quedó hasta el atardecer mirando el camino que había tomado el árbol, fue el oso, a quien se le vio rodar una pequeña lágrima por la mejilla. Desde ese día nunca estuvo prohibido estar triste en el bosque, y todo aquel que sintiera deseos de llorar podía hacerlo. Eso sí, nada podía impedir que los demás, al ver a alguien triste y con ganas de llorar, no hicieran todo por sacarle una sonrisa.

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