viernes, 8 de octubre de 2010

FIESTA-PLAYA-FUEGO

Nancy y Paula habían sido amigas toda su vida. Se conocieron en el colegio cuando tenían cinco años, y desde entonces nunca dejaron de verse. Habían compartido todo e, incluso una vez, en una borrachera, probaron el sexo entre ellas, pero no se lo contaron a nadie. La familia de Nancy quería a Paula como a otra hija, y siempre en navidad había regalos para ella bajo el árbol. La verdadera familia de Paula era su hermano que estaba en el ejército en su año de servicio obligatorio, y su tía, con quien vivía desde que su papá murió. Paula hablaba poco de su mamá y cuando lo hacía, se mostraba sombría y densa, como si hablara de un fantasma que la acechara. La última vez que habló con ella en el teléfono, la madre le dijo que la curación de su alma había tenido grandes progresos, y que el maestro estaba muy orgulloso de los pasos que había dado para la liberación total de sus ataduras. La madre de Paula siempre hablaba del alma y de las enseñanzas de su maestro.

Un día, Nancy decidió que deberían hacer un viaje a la playa juntas para celebrar porque pronto estaría casada y tendría hijos y debería cuidarlos y ya no tendría tiempo de hacer estas cosas. También celebrarían el que Paula tuviera un nuevo trabajo y su soñado incremento de sueldo. Todo estaba arreglado: saldrían el miércoles temprano y volverían el lunes siguiente. Sería una especie de viaje de despedida de su antigua vida y de bienvenida de la siguiente. Carlos, el novio de Nancy, iría a Londres durante la semana para arreglar los asuntos y el papeleo de su grado de magister, y era la oportunidad perfecta para mitigar un poco los achaques generados por los preparativos del matrimonio. El viaje de ocho horas lo harían en el carro de Carlos, un deportivo de dos plazas que generosamente fue cedido para la causa. Nancy adoraba ese carro y estaba feliz de poderlo usar, a pesar de todas las advertencias y recomendaciones de su novio, sobre todo la de no exceder la velocidad porque era un carro poderoso que, a cierta aceleración, perdía docilidad.

La noche anterior al viaje, empacaron la ropa, cada una en su casa, mientras hablaban por teléfono. Se contaron qué iba a llevar cada una y complementaron sus equipajes con las cosas de la otra, como siempre hacían cuando salían. La mamá de Nancy levantó el teléfono durante la conversación, que ya llevaba una hora, y pidió a Nancy que dejara libre la línea porque debía hacer una llamada. Cuando supo que Paula estaba al otro lado de la línea la saludó y les deseó un muy buen viaje. Les comentó que el clima estaría perfecto según las informaciones meteorológicas y les pidió, de una vez a las dos, que tuvieran cuidado y que disfrutaran de su descanso. Paula le agradeció, se despidió y una vez más quedó al habla a solas con su amiga, quien todavía estaba algo irritada con la interrupción. Alguna vez comentó que parecía que la espiara, pues siempre tenía que utilizar el teléfono cuando ella estaba hablando. Comentó no saber si se quedaba escuchando del otro lado antes de hablar y pedirle que colgara. Paula la tranquilizó y le dijo que pensara en el viaje. Se dieron las buenas noches y colgaron emocionadas.

A las cinco en punto de la mañana, Paula oyó un par de pitazos cortos en la calle, se asomó a la ventana y vio que Nancy había llegado. La saludó y Nancy le hizo un gesto para que se apurara, señalando el reloj en su muñeca. Entró en la habitación de su tía, se acercó al bulto entre las sábanas y movió su hombro. La tía se quitó el antifaz que cubría sus ojos, se incorporó en la cama abullonando las almohadas detrás de sí y abrió sus brazos para estrechar a Paula, quien entró en el pecho con soltura. La tía le plantó un par de besos en la cabeza y en la cara, le cruzó una bendición y le dijo que esperaba que la pasaran muy bien. Luego se volteó hacia la mesa de noche junto a sí, encendió la lámpara y abrió el cajón, de donde sacó unos billetes. Paula recibió el dinero y lo metió en un bolsillo, la abrazó y se le salió un par de lágrimas. Cuando estaba a punto de separarse, se oyeron otros toques del pito en la calle, ahora un poco más intensos. Se separó rápidamente de su tía quien le enjugó las lágrimas con la manga del camisón, y salió despidiéndose con una sonrisa y un beso enviado con la mano.

Bajó las escaleras arrastrando la maleta con esfuerzo y salió a la calle. Nancy fumaba un cigarrillo apoyada sobre el costado del carro y tenía el baúl abierto. Le dijo a Paula que se apurara porque iban retrasadas en el itinerario, y no quería quedar atascada en el tráfico a la salida de la ciudad. Acomodaron todo y arrancaron.

En una parte del camino Paula se quedó dormida. Nancy le reprendió por ser tan aburrida y le instó a ver el paisaje de llanuras verdes llenas de grupos de ganado que pastaban y buscaban la sombra de los escasos árboles, las casitas campesinas y los cercos con las puntas pintadas de colores. En un punto se detuvieron y sacaron su cámara para tomar fotos del panorama y estirar las piernas. Pusieron la cámara sobre el techo del carro y se sacaron varias fotos con el temporizador automático. Luego estudiaron las cámaras y decidieron si habían quedado bien o no, borrando las descartadas. Paula hizo un comentario sobre la blancura de sus piernas y le mostró a Nancy cómo se notaba el púrpura de sus venas. Dijo que se iba a tirar sobre una toalla al sol hasta que le salieran ampollas o se pareciera a Mariah Carey, lo que llegara primero, y compararon el tono de sus pieles. Vieron a lo lejos a un hombre que venía por el costado de la carretera con una recua de burros cargados de bultos, un sombrero y una caña larga. Cuando el hombre estuvo cerca, le pidieron que se tomara unas fotos con ellas y el hombre accedió, incluso invitando a Paula a subirse a una de las bestias para que se sacara una foto. El hombre ayudó a Paula a subir y se sacó la foto riendo un poco nerviosa y tapando su boca. Antes de seguir su camino, Nancy le ofreció al hombre algo de dinero, pero éste lo rechazó amablemente y les deseó un buen viaje. De nuevo en la carretera, Nancy preguntó a Paula si había notado la erección de aquel hombre y Paula sorprendida y algo avergonzada dijo que sí. Rieron de nuevo.

Cerca de las dos de la tarde, después de una última parada a almorzar y a utilizar un baño en buenas condiciones, llegaron a la entrada del parque. Era un parque natural en excelente estado de conservación, a donde muchos extranjeros llegaban atraídos por las historias de ser uno de los lugares más sagrados sobre el mundo, protegido por los espíritus de las tribus indígenas que aún lo habitaban en sus laderas y montañas. Por supuesto, la parte más apetecida por los visitantes era la playa, en donde no había hoteles ni hospedajes y a donde se llegaba solamente después de una forzosa caminata de dos horas a través del bosque. Paula y Nancy dejaron el carro en el aparcamiento, y caminaron hasta la primera estación de la playa, donde usualmente deshacían sus maletas las familias con niños pequeños y ancianos debido a las aguas tranquilas de su litoral. Allí tomaron un descanso breve y siguieron caminando una hora más hasta el sitio de acampamiento en donde se quedarían el resto de la semana, el lugar más apetecido por la gente joven, parejas de novios, y aventureros que buscaban un mar más violento y playas más tranquilas sin niños a la vista. El camino para llegar a esa estación era agreste, entre la montaña, con partes en donde se debía tener cuidado y agilidad para no resbalar y caer, por lo que requerían recargar energías antes de continuar.

Paula hacía ejercicio regularmente y estaba en mejores condiciones físicas. Nancy, en cambio, era una fumadora voraz y sentía los efectos de la caminata con más ímpetu. Tuvo que detenerse y sentarse en las rocas de la vera del camino varias veces para no desfallecer. Sacaba su botella de agua y bebía sorbos largos que terminaba con un jadeo. Maldijo al cigarrillo varias veces. Al cabo de un rato y ya cuando comenzaba a notarse el fin de la tarde, llegaron a donde se habían propuesto. Ninguna de las dos había ido antes a ese lugar, pero era todo lo que habían imaginado. Antes de la playa, había una planicie ancha y larga cubierta de pasto, donde se alzaban solitarias algunas palmeras que se mecían con la brisa. En muchos sitios había clavadas carpas de diferentes tamaños y colores, algunas con cuerdas que salían desde la cubierta superior hasta una palmera, diseñadas para secar ropa mojada. Buscaron un sitio fuera del alcance de los cocos que caían esporádicamente y encontraron un pequeño claro descubierto y un tanto alejado de los vecinos, con un redondel de tierra quemada y un par de ladrillos que los anteriores ocupantes habían dejado, y en donde harían una eventual fogata nocturna, según dijo Nancy.

Dejaron sus maletas en el suelo y Nancy se tiró boca arriba mirando al espacio infinito, bufando a través de su nariz y quejándose del agotamiento. Paula la miró y se rió, y Nancy le hizo una mueca. Una vez se incorporó, sacaron las cosas de las maletas y comenzaron a armar la carpa, con la que pronto se vieron envueltas en un enigma de diseño. Se suponía que la carpa se armaba, como decía la publicidad, en cinco minutos, pero llevaban ya media hora intentando uniones de tubos de diferentes tamaños, algunos flexibles y otros rígidos, que metían por los canales de la lona y que supuestamente harían que la carpa se levantara mágicamente del suelo. Había una bolsa del mismo material sintético llena de unos palitos con ojales que servían para algo, pero aún era un misterio para qué. Al verlas confundidas, un chico sin camisa y con bermudas de flores se les acercó y les ofreció su ayuda. Las dos agradecieron casi al unísono y el muchacho se puso a trabajar. Clavó las estacas con los ojales a la distancia adecuada, desarmó los tubos mal unidos, los rearmó en el orden correcto e hizo con ellos una cruz en el suelo, que luego introdujo diagonalmente en los canaletes de la carpa, metió las puntas que sobresalían de los tubos en los ojales clavados y la carpa se erigió hasta llegar a la altura de sus cabezas. Paula y Nancy vieron todo el proceso sentadas sobre las maletas y se codearon un par de veces cuando el chico se agachaba o les daba la espalda riéndose en silencio y enrollando los ojos.

Al terminar, el chico sacudió la tierra de sus manos, y caminó hasta ellas, que aún estaban sentadas y habían aplaudido la hazaña. Nancy, que no tenía sus lentes oscuros puestos, lo miraba con una mano sobre su frente para bloquear la contraluz. Cada una recibió su mano cuando la estiró para presentarse con su nombre. El chico les dijo que estaba con unos amigos y que acababan de llegar, y las invitó a bajar a la playa en la noche a una fogata que harían y para la que necesitaban la mayor cantidad posible de personas. Les dijo que invitaran a todo el que quisieran, porque iba a ser una fiesta abierta. Nancy aceptó por ambas inmediatamente y se despidió del chico dándole de nuevo la mano y agradeciéndole su ayuda.

Cuando terminaron de desempacar todo y estuvieron en sus trajes de baño, cerraron la carpa y fueron a buscar la playa para aprovechar los últimos rayos del sol, que ya comenzaba su pesado descenso en el horizonte. Atravesaron la planicie de las carpas, pasaron junto a un restaurante que vendía pescado y descendieron hasta sentir, por primera vez, sus pies en la arena fresca. Nancy corrió hasta el agua mientras se quitaba el pareo de su cintura, tiró sus gafas de sol y se lanzó en un clavado dentro de una enorme ola. Al emerger, gritó a Paula para que la siguiera, pero no lo consiguió. Paula alegó que debía cuidar las cosas, pero Nancy le dijo que dejara su miedo y que disfrutara, que no había un ladrón en miles de kilómetros a la redonda y que, por si acaso no lo había notado, todo el mundo estaba en un plan hippie, cosa que garantizaba tranquilidad, amor y paz. Paula le dijo que se sentaría a contemplar el atardecer que, por cierto, hacía tiempo no veía, y que, por lo visto, iba a ser espectacular. Nancy se encogió de hombros, escupió un chorro de agua y buceó un rato más. Nadó paralela a las olas y se quedó algunas veces en el mismo sitio pataleando y manoteando para sentir las subidas y bajadas de cada marejada. En algunos momentos sintió las cosquillas de las algas bajo sus pies. Mientras Paula veía a su amiga nadar, el chico que les había ayudado con la carpa se puso frente a ella bloqueándole la vista. Venía acompañado de otro chico de la misma edad y llevaban una botella de plástico con un líquido que parecía jugo de manzana, pero que, por la manera en que lo bebían, evidentemente no lo era. El chico conocido le presentó a Paula al otro, y ella lo saludó. Paula se sorprendió al ver que el primer chico recordaba su nombre. El primer chico contó al otro la historia de cómo las había visto perdidas sin esperanza tratando de armar la carpa y de cómo él salió a su rescate, y el otro sonrió mirando a Paula y ofreciéndole la botella para que le diera un trago, pero ella lo rechazó educadamente. Luego giraron para ver a Nancy, que ya salía del agua y venía empapada luciendo su pequeño bikini y exprimiendo su pelo con las dos manos. Nancy los saludó, cruzó miradas y manos con el chico nuevo y confirmaron la cita en la noche y el lugar. Los muchachos se despidieron y continuaron su caminata volteándose un momento para ver a Nancy mientras se secaba con la toalla y batieron sus manos despidiéndose. Las dos amigas hicieron lo mismo. Nancy se sentó junto a Paula, encendió un cigarrillo, y vieron juntas cómo las aguas mansas del horizonte se tragaban el enorme disco dorado frente a sus ojos.


***

Después de comer y dormir un poco, se arreglaron para la fiesta. Nancy se puso un bikini nuevo, ató un pareo de algodón con arabescos rosa sobre uno de sus hombros al estilo de las antiguas togas romanas, recogió su pelo húmedo en una moña tras su cabeza y dejó caer un gajo que le cruzaba su hombro descubierto. Sacó de un pequeño maletín los maquillajes y puso en su cara algo de rubor. Rizó sus pestañas apretándolas con el filo de una cuchara pequeña y las ennegreció con el rímel hasta quedar satisfecha. Sus párpados se abrían y cerraban con cada brochazo frente al espejo en su mano. Paula hizo lo debido y se puso unos pescadores que le llegaban hasta la pantorrilla, y se metió una blusa vaporosa de colores sobre su traje de baño. Decoró su cuello con un collar de fibras naturales, pequeñas conchas de mar y un cristal ámbar que le colgaba en el vértice de sus senos. Salieron para la playa iluminadas por la luz intensa de la luna creciente y se tomaron de la mano. Se escuchaban las explosiones del agua sobre los acantilados y la caída de las gotas salpicando las piedras. Unos cangrejos rojos entraban y salían de sus hoyuelos en la arena y caminaban de costado sosteniendo sus pinzas frente al pecho. Se divirtieron un momento tratando de alcanzar alguno, pero eran demasiado rápidos y llegaban a sus guaridas desapareciendo como halados por una cuerda. Durante el camino por la playa, se toparon con varias parejas que caminaban despacio y sostenían sus sandalias en la mano mientras acercaban sus caras para plantarse besos profusos y románticos. Vieron a un tipo jugando con un perro que se metía en el agua a sacar un pedazo de madera, y trotaba de vuelta hasta su dueño para repetir mientras el amo lo alentaba con aplausos y halagos a su inteligencia.

Al llegar al fin de esa playa, a lo lejos, junto al acantilado del otro extremo, vieron el fuego y a algunas personas que rodeaban la fogata. Paula sintió un pequeño escalofrío y comentó a Nancy que tal vez no fuera tan buena idea que estuvieran allí después de todo, entre tantas personas desconocidas. Comentó además que ya a esta hora deberían estar borrachos si llevaban toda la tarde bebiendo y que tal vez ni se acordarían de ellas. Nancy la tranquilizó diciéndole que si la cosa se ponía pesada, simplemente se despedirían y volverían a su carpa. Paula accedió a continuar sólo si Nancy prometía que se irían ante el primer indicio de peligro, cosa que la amiga hizo marcando una cruz con el dedo sobre su corazón.

Antes de llegar, el primer chico las divisó y se separó del grupo para recibirlas. A Nancy le pareció que los destellos de luz sobre su cara y los parches de arena sobre sus hombros le hacían verse muy bien, y le gustó su amplia sonrisa y la amabilidad con que las acogió. Las acompañó hasta el grupo que rodeaba la fogata y las presentó en voz alta, diciendo sus nombres. No había más de diez personas incluyéndolas a ellas. Nancy saludó a todos con una sonrisa y Paula paseó la mirada alrededor para verlos. Durante el recorrido, algunos levantaron botellas de cerveza en saludo y se oyó uno que otro “Hola” proveniente de las mujeres. Una de ellas se levantó, tomó un par de cervezas de una canasta y se las entregó a cada una. Paula y Nancy las recibieron con agradecimiento y buscaron un lugar para sentarse. El primer chico se sentó junto a Nancy y comenzó a hablarle de todos. Le dijo que estaban en su último año de colegio y que ya pronto no se verían, probablemente, nunca más, porque cada uno tomaría su camino en la vida. Una de las chicas bailaba con los brazos abiertos detrás del círculo y tenía en su mano la misma botella que habían visto en la tarde, de la que ahora salían chorros desperdiciándose con el movimiento. El chico les contó que estaba embarazada de cinco meses, pero que nadie, ni siquiera ella –según decía-, sabía quién era el papá del bebé. Luego comentó sobre una pareja acostada que se enfrentaba y entrecruzaba sus piernas, y dijo que eran alemanes y no hablaban una miseria de español, pero que entendieron lo suficiente para saber qué era fiesta-playa-fuego y allí estaban.

Paula prestaba atención a la conversación mirando al chico de vez en cuando y observando a los demás mientras hablaba de ellos. Cuando llegaron a una chica que estaba sola al otro lado del fuego se encontró con unos ojos que la miraban fijamente y no mostraban expresión alguna. Mantuvo la mirada unos segundos con la chica cuya silueta se salpicaba con las lenguas de fuego y le pareció que modulaba algo hacia ella cuando sintió un empellón por su espalda, unas manos que le cubrían medio rostro, y una voz engrosada que le preguntaba si sabía quién era. Paula sabía quién era, pero en su mente permaneció la mirada de la chica del otro lado. Cuando quitó las manos de la cara de Paula, el segundo chico cayó de bruces sobre la arena junto a ella y la saludó estirándole la mano como había hecho antes en la tarde. El primer chico y Nancy rieron. Paula tomó con dos dedos la mano estirada del segundo chico, removió suavemente con las puntas de sus dedos la arena que la cubría como un guante y la apretó con firmeza moviéndola de arriba abajo.

El primer chico se levantó del lado de las dos amigas y regresó con la botella que la chica embarazada había casi extinguido. Desenterró de la arena una garrafa de vidrio que asomaba sólo la punta y rellenó la botella de plástico con el líquido amarillo hasta que llegó al tope. Mientras la enterraba de nuevo palmeando la arena alrededor para compactarla, dijo que de ese modo el licor se mantenía fresco y pasó la botella al segundo chico, quien dio un sorbo largo y la pasó a Paula junto a él. Paula la recibió y dudó, pero ante la mirada de los tres, dio un pequeño sorbo que le provocó una arcada y escupió preguntando qué carajos era. Todos rieron y Paula volvió a beber, esta vez con más precaución. Pasó la botella a Nancy y ella, demostrando valentía, tomó un sorbo largo. Al pasar la botella al primer chico, este recogió con su dedo una gota que se escapó de la boca de Nancy y se lo chupó mirándola a los ojos. Nancy se sonrojó un poco y se volvió para mirar a su amiga, que entonces se levantaba aceptando la invitación a bailar del otro. La música provenía de una grabadora con pilas tirada en la arena sobre una camiseta. El segundo chico se llevó de la mano a Paula hasta donde reposaba el aparato y subió el volumen casi al doble de lo que estaba antes, dirigiéndose a todos y diciéndoles que era hora de prender la fiesta. El alemán se zafó del abrazo de su pareja y fue por más leña para tirar al fuego menguante. La alemana se reincorporó sentándose con los brazos sobre sus rodillas y mirando hacia la pira. Bob Marley cantaba Buffalo Soldier y el segundo chico se puso a bailar dando giros con los ojos clavados en Paula. Luego se acercó y, sin más, la besó en los labios. Paula recibió el beso sorprendida, le quitó la botella a su pareja de baile y la inclinó sobre su boca para darse un trago. La que estaba embarazada, al oír que la música sonaba con más vigor, se levantó y pidió que le dieran más trago. Alguien trató de convencerla de que dejara de beber, pero se rehusó y ordenó a todos no meterse en su vida privada. El segundo chico tomó la botella de la mano de Paula y la pasó a la embarazada, quien dio un largo sorbo y se secó los labios con el antebrazo. Luego tomó un poco más y lo escupió sobre las llamas, que inflamaron el alcohol en una ráfaga rápida. Los alemanes bailaban torpemente y trataban de seguir el ritmo y Nancy y el primer chico se unieron. El segundo chico volvió a invitar a todos a levantarse y unirse, y Paula los miró mientras eran reconvenidos por su parquedad. Volvió a encontrarse con los ojos de la que estaba sola al otro lado del fuego y esta vez la chica le hizo un ademán pasando el dedo índice por su cuello de un lado a otro. Paula, nerviosa, le contó a su nuevo enamorado lo que había visto, y él la tranquilizó diciéndole que no se preocupara, que esa chica era así y que tenía algunos problemas de convivencia, pero que no había nada qué temer y que era mejor que se dieran otro beso antes de que acabara la música.

Al cabo de una hora Nancy y el primer chico se fueron hacia el mar, según dijeron, a mojar sus pies. Iban tomados de la mano. Paula vio a su amiga quitarse el pareo y quedar en su traje de baño. Luego los vio adentrarse juntos en la oscuridad del agua hasta quedar cubierto su cuerpo hasta los hombros. Estaba viendo cómo Nancy y el primer chico se abrazaban y besaban dentro del agua, Nancy con los brazos rodeando el cuello del chico y el chico con sus manos sosteniéndola por debajo. Al momento vio que Nancy cerraba los ojos y emitía quejidos leves, se mordía el labio inferior y estiraba el cuello hacia atrás exponiéndolo para su amante. Estaba a punto de gritarle algo para que saliera del agua, cuando la rodeó un brazo por su vientre y le dio un beso en el cuello. El segundo chico le pidió que volvieran y le dijo que dejara a su amiga tener su privacidad, asegurándole que estaba en buenas manos. Paula aceptó con desgano y regresó a la luz del fuego acompañada de su pareja, sin dejar de mirar atrás hasta cuando vio que Nancy emergía un momento con la parte de arriba del bikini por encima sus senos, siendo éstos lamidos copiosamente por el primer chico.

A su regreso, Nancy venía tomada de la mano del primer chico, con el pelo mojado haciendo una sombra de agua sobre su pareo. Miró a Paula y se sentó junto a ella mientras su nuevo amante daba la vuelta al fuego y se encontraba con el segundo chico, quien lo recibió con la palma de su mano en el aire en señal de felicitación, una carcajada y la botella. Paula respiraba nerviosa junto a su amiga, a quien parecía no haberle importado demasiado el espectáculo que acababa de dar, además, con un tipo al que acababa de conocer. Al ver que Paula no contestaba sus preguntas ni asentía ante sus comentarios, Nancy se levantó sacudiendo la arena pegada a su ropa y se fue diciéndole que ella no era nadie para juzgarla. Paula trató de decir algo, pero no supo qué. Al fin de cuentas ella también había intimado con el otro chico, aunque en una liga de menor calibre.

Después de un rato en que había visto bailar a Nancy con alegría exacerbada, y había tomado más de la cuenta, Paula comenzó a sentirse algo mareada y confundida. Vio, como en la bruma de un sueño, que el segundo chico, antes su chico, levantaba a la que estaba sola del otro lado de la pira y se ponían a bailar. Luego vio cómo se abrazaban mientras evolucionaban por la arena, hundiendo los pies en ella con cada paso y levantando pequeñas salpicaduras cuando cambiaban de orientación. Vio que estaban muy juntos y que el segundo chico le pasaba sus manos ansiosamente por la espalda. Cuando terminaron un giro y la tuvo de frente, la chica del otro lado del fuego levantó su dedo de en medio y se lo mostró en señal de victoria y, sin dejar de mirarla directamente, besó al segundo chico.

En medio de su malestar, Paula comenzó a preocuparse. Sentía que estaban muy lejos de la seguridad de la carpa, y veía a su amiga cada vez a más ebria. Recordó no haber llamado a su tía para decirle que habían llegado bien y se la imaginó preocupada sin poder dormir. Se prometió llamarla tan pronto viera un teléfono, pero sería en la mañana cuando abriera el restaurante para el desayuno, en donde estaba la única línea disponible. Trató de relajarse y se acostó mirando hacia las estrellas. Recordó una película danesa que había visto hacía mucho tiempo con un novio de antes al que quiso mucho. Era una película sobre el primer amor de dos niños. En una escena, la niña contaba al niño cómo, si las dejabas de mirar y las atravesabas con los ojos, las nubes movían las estrellas. Lloró en silencio por ese amor y sintió que una lágrima se metía en su oído, cerró los ojos y comenzó a quedarse dormida con el mundo dándole vueltas hasta que oyó a Nancy gritar. Se levantó rápidamente y vio que el alemán llevaba un enorme cangrejo negro y rosado cogido de una de sus pinzas. El animal abría y cerraba sus patas en su intento por zafarse. Paula fue hasta donde estaban y vio que Nancy estaba a punto de llorar, y que se refugiaba tras el cuerpo de su nuevo amor para que la protegiera de la criatura. Todos reían mientras el alemán amagaba con lanzar el cangrejo a Nancy que, decía a todo volumen, tenía terror. Paula se acercó al alemán y el tipo intentó hacer la misma faena con ella, pero al ver que no se impresionaba se detuvo y quedó sosteniendo al animal por la pinza viendo que Paula alargaba su mano para tomarlo por la otra pinza y observarlo, pero antes de agarrarlo el alemán lo lanzó al centro de la fogata en donde comenzó a retorcerse y a escarbar torpemente en busca de una salida. Paula le dijo al tipo que era un hijo de puta. Todos se acercaron lentamente para ver cómo se asaba el animal que, para entonces, había dejado de moverse y emitía burbujas de distintos orificios en su carcasa. Al momento, el alemán tomó una lanza de palo y la clavó en el centro del fuego sacando al cangrejo cocinado y humeante, lo llevó hasta el agua y volvió con él sentándose junto a su novia para comenzar a comerlo partiéndole las patas y las pinzas con sus manos y sorbiendo la carne del interior.

Paula y Nancy se miraron y acordaron que era hora del volver a la carpa. Paula esperó a que Nancy se despidiera de su amante y vio desde la distancia cómo el chico alegaba con los brazos y le rogaba que se quedara. Alcanzó a oír que el chico le decía que mandara a su aburrida amiga sola, que nada le iba a pasar y que, de ser necesario, alguien la acompañaría. Paula temió que Nancy accediera, pero su amiga se mostró firme y le prometió al chico que se verían en la mañana con certeza porque, igual, eran del mismo vecindario.

Caminaron en silencio por la arena las dos amigas. La marea había subido y les tocaba andar por la parte alta de la playa en donde sobresalía una que otra espiga de tronco y ramas enormes de palmas a medio enterrar. Cuando llegaron a una parte con un pedazo inmenso de madera extendido sobre la playa, se dividieron. Paula tomó la vía del agua y Nancy decidió que pasaría por encima, porque no quería mojarse más antes de dormir. Paula ya había cruzado y la esperaba al otro lado viéndola en pies y manos, tambaleándose y emitiendo ruiditos y quejas. Casi había pasado del todo cuando dio un paso equivocado al pisar un poco de musgo resbaloso sobre el tronco y su cuerpo se balanceó haciéndola caer hacia delante en medio de un alarido. Paula corrió hacia su amiga y la encontró sangrando a chorros por la cabeza y la boca. Nancy lloraba y se ponía las manos en la cara, pero la sangre manaba de su hueso frontal y su dentadura derecha y alineada ahora mostraba un hoyo por el cual se veía la punta de su lengua rosada. Paula le dijo que se tranquilizara y que iría a buscar ayuda, pero que debía quedarse allí quieta hasta que volviera con alguien. Nancy se enfureció y le preguntó con la mano sobre la boca si es que era estúpida o qué. Dijo que a esa hora el médico más cercano estaba a quinientos kilómetros y que ninguno de los borrachos de esa playa sabría qué hacer. Paula miraba el mentón rojo de Nancy moverse de arriba abajo mientras hablaba y escupía coágulos de sangre y pensó en que tal vez su amiga tuviera razón, que tal vez fuera una idea estúpida buscar ayuda y que, en verdad, todo en general podría ser una estupidez. Si ella era una estúpida o no era relativo a quién lo decía, si el gladiador caído en el ruedo a punto de morir tragado por los leones o el espectador que vitorea por más muerte. Paula dio una última mirada a Nancy todavía con sus piernas dobladas sobre la arena y una mano cambiando todo el tiempo de su cabeza a la boca. Nancy le dijo, extendiendo su mano, que dejara de verla como a un bicho y que le ayudara a pararse, pero Nancy no se movió, se dio media vuelta y comenzó su caminata por la playa con los gritos de Nancy estrellándose contra su espalda, todos los insultos, todos los flagelos saliendo disparados cuando rebotaban en sus omoplatos. Poco a poco las olas se tragaron la voz de Nancy y Paula sólo oía al viento y al agua jugar en remolinos sin descanso. Pensó en seguir adelante su marcha y pensó en que la playa debía ser el sitio público más grande del mundo, en donde se podría andar sin parar toda una vida sin volver atrás.


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