viernes, 10 de diciembre de 2010

MUJERES

¿Desde el principio? Está bien. Le voy a decir desde el principio. Ñato, Federico y yo estábamos tomándonos la tercera botella de aguardiente sentados en la única mesa sobre la acera frente al bar Cristina. Cristina era una mona oxigenada de piernas gordas con venas azuleadas como cables que subían y bajaban electricidad desde sus pies hasta el chocho húmedo como para recargarlo. Cada rato venía a limpiar la mesa y meneaba sus tetas apretadas frente a nosotros haciendo círculos con el trapo sucio. El amplio par de tetas se quería escapar de la blusa negra y los pobres botones resistían con esfuerzo. Se alcanzaba a ver el encaje de su brasier en los resquicios de la ropa. Una cagada de pájaro explotó en el suelo y a Ñato le llovieron algunos pedazos de mierda líquida en el zapato. “Mierda”, dijo. “Ahora me caga un pájaro”, dijo, y sirvió otra ronda de aguardiente para los tres. “Pájaro hijo de su puta pájara madre”, dijo. Muchas mujeres pasaban frente a nosotros. Mujeres de todos los tamaños con todas las formas posibles de culos, unas todo cuerpo, otras todo melena, otras andrajosas y otras sin bolsillos en los jeans. “Si no tienen bolsillos son putas. Es parte del uniforme”, dijo Federico. Pasó una belleza alta con el pelo negro liso batiéndose detrás de su cabeza. Iba muy ejecutiva con un pantalón negro pegado al contorno de sus piernas y unas gafitas oscuras. Después de recibir nuestros halagos, nos hizo la seña levantando el dedo de la mitad y siguió pisando el suelo con su contoneo de jirafa. “A putas como esas hay que darles su lección”, dijo Federico, “darles su lección para que se les bajen los humitos”, dijo. “Ajá”, dijo Ñato. “Ajá”, dije yo. “Deberíamos cargarnos a esa puta y tirárnosla juntos mientras se retuerce y grita y pide perdón por insultarnos”, dijo Ñato. La gente pasaba en hordas de fantasmas perdidos, buscando sus tumbas en la tierra. Muertos vivientes volviendo de sus oficinas viendo al suelo, esposas volviendo de donde sus amantes, tipos vestidos de paño con ropa interior femenina, gamines, grupos de colegiales tomando alguna baratija de licor en botellitas de plástico. Todos andando hacia la muerte. La tarde comenzaba a ceder para que entrara la noche y las luces de los faros de la calle se encendían lentamente. Cristina volvió con la cuenta y dijo, “son ochenta mil pesos”. “¿Ochenta mil? Ni que nos hubiera dado whisky esta vieja,” dijo Ñato mirándonos, “ochenta mil exactamente”, contestó Cristina, “sin contar la propina”. “La propina te la doy en mi casa cuando quieras, muñeca”, dijo Federico y reímos los tres, pero a Cristina no le hizo gracia y entró en el bar moviendo el culo de un lado para otro, llegó donde el tipo detrás de la barra y nos señaló. Oscar, se llamaba. Oscar levantó una pestaña de madera y sacó su enormidad. Se acercó poniéndonos una mano a mí y a Federico sobre los hombros y produjo una sonrisa. Un millón de gotas de sudor hormigueaba en su calva brillante y su cráneo parecía haber sido macerado con un martillo. “Espero que no vayamos a perder a tan buenos clientes”, dijo. “Cristina me dice que la han pasado muy bien, ¿no?, que se han reído todo este buen tiempo ¿eh?”. “Acá tenemos la puta plata”, dijo Ñato, y tiró cuatro billetes de veinte mil sobre la mesa. Oscar se quedó viéndonos con su sonrisa y cogió los billetes con sus dedos gordos. Tenía un anillo de oro en un dedo con una uña negra. Se guardó los billetes en el delantal y sacó un cigarrillo del nuestro paquete sobre la mesa. Luego lo prendió con el encendedor de Ñato. Ñato y el calvo se miraban. Al calvo, mientras encendía el cigarrillo, se le veían sus bíceps inflados bajo la camiseta. Dio unas chupadas y dijo, “Ha sido un verdadero placer atenderlos, amigos. Por favor vuelvan pronto”.


Comenzamos a caminar por la séptima frente al parque nacional. A medida que avanzaba la noche, la gente se ponía más fogosa y las mujeres más atentas a los movimientos súbitos de la calle. Ñato llevaba lo que quedaba de la botella en su mano, y de vez en cuando se paraba de frente a las mujeres que iban solas ofreciéndoles un trago. Se les plantaba con los pies juntos y los brazos abiertos en cruz, como un banderillero cuando va a atacar al toro, y estiraba su cuello olisqueándolas. Ellas aceleraban el paso y lo esquivaban. Cuando se alejaban les decía cosas, generalmente que eran una golfas de mal gusto. “¿Quieres plata, puta? Aquí tengo un fajo gordo para ti” y se apretaba los testículos agitando el bulto. Daba un sorbo a la botella y seguía andando. Bajamos por una calle más estrecha para buscar acción en la Caracas. No sabíamos exactamente qué buscábamos, pero Ñato lideraba el paso y nosotros le seguíamos a poca distancia. A veces, cuando levantaba los brazos en su faena, la chaqueta se subía y se veía la cacha del revólver emergiendo del pantalón. Codeé a Federico y le señalé la cintura de Ñato. Ñato entró en un casino pequeño, sólo máquinas tragamonedas y una ruleta electrónica y Federico lo siguió. Yo me quedé afuera fumando. El vigilante palmeó a Ñato y lo dejó seguir, al igual que a Federico. No notó nada. Solamente dijo que debíamos dejar la botella en el guardarropa. Terminé mi cigarrillo y entré. Ñato estaba frente a una de las máquinas y tenía los brazos puestos a cada lado de la pantalla mientras Federico miraba las imágenes que nunca hacían un trío en línea. Cada vez que perdía, Ñato daba puñetazos al aparato y gritaba “hija de puta máquina” o “maldita sea, robot de su puta madre” o “chimbo antro de ladrones” y cosas así. La anciana sentada en la máquina junto a Ñato presionó el botón para que la máquina escupiera sus monedas, las recogió a manotadas en un vaso de plástico y se fue para otro lado dándole una mirada de reproche a Ñato. Ñato le dijo “qué me ve, vieja hijueputa” y volvió a los insultos contra la pantalla. La vieja apretó sus monedas contra el pecho y salió viéndonos con sus ojos vidriosos. Estaba asustada. Al momento, el vigilante que nos había requisado a la entrada se acercó y dijo “tengo que pedirles que se vayan.” Del cinturón del tipo colgaba un revólver grande entre un estuche de cuero. Federico le dijo que no había problema, que nos íbamos, y Ñato, cuando lo oyó, dijo “nos vamos mi culo. De aquí me sacan a bala.” Le hice un ademán al vigilante para que se tranquilizara y me acerqué a Ñato a decirle que en vez de perder la plata allá, fuéramos a un bar que quedaba cerca y que estaba lleno de buenas hembras a buen precio. Ñato se levantó dándoles un último golpe a los botones de la máquina. “Casino de hijueputas”, gritó y salió tambaleándose entre el hombro de Federico y el mío. Recogimos la botella y todos nos siguieron con la mirada hasta que nos fuimos. Oímos algunos aplausos cuando pisamos la calle. “El mundo está lleno de hijos de puta”, me dijo Ñato y yo le contesté que sí, que no había nada más cierto.


Paramos un bus con una ruta que pasa por la veintidós, en donde nos bajaríamos. Subieron primero ellos dos y de último yo. Saqué unas monedas y pagué los tres pasajes. La banca de atrás estaba desocupada, excepto por una pareja de novios que ocupaba prácticamente sólo un asiento y se recostaba sobre la ventana. El tipo tenía el brazo tras el cuello de la tipa y la besaba constantemente y entrecruzaban sus manos. De vez en cuando paraban de besarse y miraban hacia la calle. El tráfico era muy lento. Ñato se sentó en el centro de la banca junto a Federico y yo me quedé parado, colgando mis manos en la varilla del techo frente a ellos. Ñato sacó la botella del bolsillo de su chaqueta y le dio un sorbo. Luego nos la pasó y cada uno tomó un trago. Un tipo en uno de los asientos se levantó y fue a buscar un lugar más adelante. Ñato puso sus codos en las rodillas y se inclinó un poco hacia adelante, mirando el piso sucio del bus, se estiró tomando aire y se pasó las manos por la cabeza peinándose hacia atrás. Le dio a Federico un codazo y le señaló a la pareja que estaba contra la ventana, mordiéndose el labio y mirando los muslos descubiertos de la mujer. Federico le pasó el brazo alrededor del cuello y le dijo “hay mejores. Un pollo tiene más carne en las güevas que esta vieja.” El tipo no dejaba de ver por la ventana, pero ya no besaba ni hacía nada con la mujer. Solamente miraba por la ventana y murmuraba algunas cosas aferrado a su mujer que tenía la mirada fija en el respaldo del asiento de adelante. Ñato se quedó viéndome y me preguntó, “¿qué piensa, marica? ¿Por qué tan callado?”. “Pienso en que este bus de mierda se está demorando mucho y más tarde sube el precio de las viejas. Ley de la oferta y la demanda.” “Entonces bajémonos y caminemos”, dijo Federico. “Listo”, dije. Ñato se levantó y me dijo al oído “tengo una idea”. Le dije, “Ñato, hermano, usted está borracho, no vaya a hacer una marranada”. “Fresas”, me dijo. “Va a estar del carajo. Ojalá tuviéramos una cámara para grabarlo”. Ñato caminó por el pasillo del bus hasta el frente cogiéndose de los tubos como un chimpancé, giró y quedó cara a cara con los viajeros, de los que sólo algunos curiosos voltearon a verle. Luego dijo “Buenas noches damas y caballeros. Disculpen si les robo un momento de su atención, pero mis colegas en la parte de atrás y yo estamos un poco desesperados, porque nos han atracado y nos han quitado todo. Tres tipos se montaron al bus en que veníamos hace un rato y nos dejaron con nada. Solo alcancé a esconder una cosita. Les pedimos que amablemente se apiaden de nosotros por la gracia de nuestro Señor, que me salvado de las drogas y los malos pasos, y nos ayuden con lo que puedan. La buena causa se les devolverá en su momento. Nos sirve todo: celulares, joyas y la plata. No queremos papeles. Con esta ayuda a su prójimo serán recompensados después de la vida”. Federico y yo nos miramos. Este loco hijo de perra estaba robando el bus. Todos voltearon a verle. Parecía que no entendían lo que oían. “Ahora mis compañeros pasarán por cada puesto a recibir sus amables colaboraciones, pero antes todos, toditos me cierran las ventanas del bus, me apagan los celulares y me ponen las manos sobre el asiento de adelante, ambas, sin guevonadas. Si oigo un celular o que alguien está hablando, llevan. A los que se las vayan a dar de héroes o a la vieja hijueputa que tenga algún gas pimienta entre la cartera y tenga ganas de usarlo, me la llevo cuando me baje, así que mejor hagamos las cosas bien y rápido. No se hagan joder por maricadas. Todos tenemos familia, ¿no?”, dijo Ñato. Las palabras le salían de la boca como si supiera un discurso de memoria. Su voz y su aspecto eran decididos y firmes, y parecía que no se hubiera tomado un solo trago. El chofer miró hacia atrás por el espejo retrovisor y trancó su puerta. Ñato se acercó al círculo en el vidrio y le dijo “Déjenos trabajar en paz y nos largamos. No se preocupe por su producido que no me lo voy a llevar, pero donde haga alguna cacorrada me importa todo un culo y le meto un pepazo a usted y a alguno de estos hijueputas. Sólo siga en el trancón como si nada y listo. Y apágueme ese puto radio. Que no se oiga una mosca”. El tipo se puso pálido y volvió a sentarse detrás del timón con los ojos pegados en el espejo. Apagó el radio y hubo un silencio interrumpido sólo por algunos pitazos de los conductores de los carros desesperados en el trancón. Federico se fue hacia adelante y yo conté las cabezas. Había doce personas. Una mujer comenzó a llorar y me acerqué y le dije que se calmara y que si colaboraba todo iba a salir bien. Estaba embarazada y se sobaba la panza en círculos. Se quitó unas pulseras, un anillo con un diamante, unos aretes de perlas y me los entregó junto con el teléfono. Federico había desocupado una cartera de una de las mujeres y la pasaba de puesto en puesto para que la gente pusiera allí las cosas. Ñato estaba recostado contra la puerta del conductor y miraba a todos desde lo alto, volteándose por momentos a ver al chofer. Volví hacia atrás para mirar por la ventana trasera por si había algún policía, cuando vi, por el espacio entre los dos asientos, al par de novios con el celular encendido marcando un número. Corrí hasta donde estaban y la vieja escondió el teléfono tras su espalda. El tipo protegió a su mujer con su cuerpo al verme y le di con la mano abierta en la cara, lo cogí del pelo y le dije “vea mariquita. ¿Ve a mi socio adelante? Yo soy la puta Madre Teresa al lado de ese man. Donde se entere de que está en estas, la lleva. No sea tan imbécil y preste para acá el teléfono”. El tipo comenzó a llorar y la novia me pasó el celular. Yo la miré a los ojos y le mandé un beso. Estaba pálida, pero se le notaba la rabia en los ojos. Miré el último número marcado y decía “Tía Pole”. En esas Federico dijo “listo compadres, están todos”. No habían pasado más de cinco minutos desde que empezó y ya estábamos los tres en la puerta de atrás con la bolsa de la recolecta. Ñato tenía el revólver apuntando hacia el suelo y no le quitaba los ojos al chofer. “Muchas gracias a todos por sus aportes. Ahora, cuando nos vayamos, si llego a oír que alguien grita o hace alguna mierda como llamar a un policía, me devuelvo y lo quiebro. Para su información yo soy policía, así que me estarán llamando a mí y estaré feliz de venir a cumplir con mi trabajo”. Ñato le dio un par de golpes al vidrio de la puerta de atrás con el fierro y el chofer abrió la puerta. Estaba comenzando a llover y la gente sacaba sus paraguas al mismo tiempo. Primero saltó Federico y después yo, y Ñato se bajó diciéndole al tipo que cerrara la puerta cuando nos bajáramos, lo cual obedeció.


Comenzamos a correr por la Trece esquivando a otra gente que corría para resguardarse de la lluvia, bajamos por la veinticuatro hacia la Caracas, y nos metimos en el primer burdel que encontramos. El sitio no tenía nombre y se ingresaba subiendo unas escaleras con espejos entre los peldaños. La música sonaba a buen volumen y todo brillaba en luces de neón que nos bañaban las caras de rosado y azul. Ñato se sentó en el último escalón y exhaló cogiéndose de la chaqueta de Federico, quien me pasó la bolsa con todo. “Vamos a sentarnos y a tomarnos algo. Se me bajó la rasca con todo esto”, dijo Ñato mientras se levantaba colgándose de Federico mientras sonreía. Lo seguimos hasta un reservado circular detrás de una cortina verde, con una lamparita roja en el centro de la mesa y nos sentamos. Un mesero apareció y nos preguntó qué íbamos a tomar y le dijimos que nos trajera unas amiguitas y una botella de whisky. Tomó la orden y se fue. “Somos unos bravos”, dijo Ñato. “Somos unos malparidos verracos. A ver cómo nos fue”. Saqué la bolsa e hice un montón sobre la mesa con collares, pulseras, anillos, relojes, billetes y monedas. Federico contaba el efectivo y yo separaba lo demás. Ñato apagaba los celulares que estuvieran encendidos y se los metía en los bolsillos. Los que estaban más dañados o eran modelos viejos los volvía a poner en la bolsa. En esas estábamos cuando llegó el mesero con la botella y la puso sobre la mesa con tres vasos llenos de hielo y una jarra con agua. “Tres copas”, dijo Ñato. “Nosotros nos tomamos el trago como varones, jajajajaja”. El mesero se quedó viendo las cosas sobre la mesa, pero desvió la mirada. Federico le preguntó, “¿hay alguna casa de empeño por acá?” y el mesero contestó, “no sé. Habrá que preguntarle a las chicas”. Ñato le dijo “no pregunte nada. Además, ¿cuáles chicas? hasta ahora no hemos visto la primera. Mejor vaya y nos trae las copas y las viejas. Y que estén buenas”. El tipo volvió con las copas en menos de un minuto y nos dijo que ya venían las putas, abrí la botella y serví los tres tragos, juntamos las copas en el aire y Ñato dijo “amigos, ¡por la vida! ¡la buena vida que nos merecemos, carajo! y se empujó el trago. “Por la vida y la plata y las perras”, dijo Federico. “Por la vida”, dije. Y tomamos los tres.


Federico dijo que quería buscársela afuera. Las putas no llegaban y Ñato estaba impaciente. Igualó la hora en los dos relojes en sus muñecas y se remangó la camisa para exhibirlos, poniendo sus brazos a través de la mesa y sonriendo. "Voy a salir, me estoy pudriendo aquí", dijo Federico y Ñato le dijo "no se la vaya a oler toda. Déjenos un poco para variar". Federico nos miró desde su altura y le dio una patada al asiento. "Cállese Ñato. Estoy mamado de su mierda. Ahora no vaya a pedir que le digamos jefe". "No me joda Federico. Si se quiere largar hágale, pero no me joda". Federico dijo, "¿Y si afuera está la hijadeputa policía? ¿No ha pensado en eso? Ya estoy es cagado del susto de salir. Si no encuentro perico me jodo, jefe. Nos jodemos". Yo dije, "Vea compadre. Hágale y consiga lo que quiera y luego vuelve y nos enrumbamos. Pero fresquéese que nada va a pasar. Yo nunca he visto un policía mojado". Federico salió y Ñato se dio un trago y luego otro. "Ese marica desagradecido. Si no fuera por mí, ese güevón estaría comiéndose los mocos ahora. Pedazo de marica ese", me dijo Ñato con ira mientras lo veía salir para bajar las escaleras.


Así estábamos cuando llegaron las mujeres. Las tres se sentaron alrededor de la mesa y exhibieron sus tetas apretadas dentro de los escotes profundos. Se presentaron con sus nombres de trabajo y nos dieron besos apretados en las mejillas mientras nos presentábamos. La que estaba junto a mí me puso la mano en la ingle y me acercó la cara al oído. "¿No me vas a dar un traguito, papasito?", "Claro", le dije. "Estás bien buena", le dije y le serví un trago. "Cuéntame que hace un tipo tan papi como tú buscando amores por acá", dijo y yo le contesté "acabamos de robar un bus y a mis amigos les dio arrechera. Yo no necesito esto." "Uy, tan durito. Ahora vas a decir que un par de tetas paraditas no te mueven la aguja", dijo mientras mostraba su par y se abría un poco la blusa con la mano libre. Alcancé a ver su pezón erecto. Luego me puso la mano sobre el bulto de la verga y dijo "qué rico papi. Apuesto a que la tienes bien gorda". "Le apuesto el polvo a que sí", le dije y recibí otro apretón que me hizo estremecer. Ñato pasaba sus brazos sobre los hombros de las otras dos y ellas se reían de algo que les dijo. Luego les mostró sus dos relojes y les dijo que Maradona en el mundial tenía dos relojes igual que él, uno con la hora de Buenos Aires y el otro con la de Sudáfrica. Las putas volvieron a reír. Ñato sirvió tragos para todos y brindó por la suerte del día. Yo me estaba volviendo loco con los apretones en mi verga y comencé una erección dolorosa que la puta admiró y la hizo aumentar la fuerza y la fricción sobre mis pantalones, para después abrirme la bragueta y poner su mano fría pero suave sobre la cabecita y el prepucio. "Lo dicho, un macho bien puesto." Ñato puso un billete de cincuenta sobre la mesa y les dijo que la que quisiera bailara para nosotros. La que me tenía a mí se levantó y le dijo que ella lo haría. Las demás no protestaron y se dispusieron a ver el show. Mi puta hizo una seña a alguien afuera de la cortinilla y se encendieron unos parlantes dentro del reservado con una música electrónica. Ñato sirvió una ronda de tragos para todos, pero no quitaba sus ojos del espectáculo. Le dijo algo al oído a una de las que tenía apercolladas y ella metió su cabeza bajo la mesa. Ñato le tenía una mano sobre la cabeza y no quitaba los ojos de la que se estaba empelotando. Las luces le iluminaban la boca entreabierta y su saliva se veía brillar. La que estaba debajo de la mesa intentó levantarse, pero Ñato le impuso más fuerza y comenzó a quejarse allá debajo. La del show ya iba por la mitad y solo le quedaba por quitarse una tanga negra diminuta con un corazón de lentejuelas. Ñato le dijo a la de abajo que si se lo tragaba le pagaba el doble y la mamadora se relajó un poco y continuó hasta que la respiración de Ñato se duplicó y sus ojos se cerraron y jadeó. Se le vio la yugular inflamada por un instante. La de abajo salió y cogió una servilleta sobre la mesa, se la llevó a la boca y cuando iba a escupir, Ñato la cogió de las mejillas apretándoselas y le dijo “te lo tragas. Te lo tragas o no hay trato”. La mujer le dio una mirada a su compañera, pero no encontró solidaridad. “Haber mamita, la quiero ver”. Un hilo de semen se le escurrió por la comisura de la boca y, con los ojos cerrados, se pasó el trago. Se zafó con violencia del apretón de Ñato y se sirvió whisky en una de las copas lanzándolo a su garganta de un aventón. Ñato le puso unos billetes bajo el caucho de la parte de atrás del brasier y le dijo “qué rico la chupas, corazón, pero te falta más ánimo”. La puta me pidió que me quitara porque debía ir al baño y yo me salí del círculo para que pasara. La que bailaba estaba a punto de terminar cuando en esas volvió Federico como si lo persiguiera la muerte, con los ojos rojos, pálido, temblando. “Qué le pasa. ¿Por qué viene así?”, le preguntó Ñato. “Váyanse. Salgan”, le dijo Federico a las putas, pero ellas se quedaron viéndolo. “¡Que se VAYAN, DIJE!” y reaccionaron las dos que quedaban, una recogiendo su ropa y la otra moviendo el culo a saltitos sobre la silla. Cuando estuvieron fuera, Federico cerró la cortina cogió la botella para darle un trago largo y dijo “Maricas, fui a buscar, ¿no? y estuve por ahí preguntando dónde conseguía y un man de un carrito de dulces me dijo que en la esquina de la trece, pero como veníamos de allá, pues me aculillé y entonces le pregunté a una de las putas enjauladas y me dijo que ella me vendía pero que la tenía que esperar un momento. Yo estaba en la catorce, pero se alcanzaba a ver un pedazo de la trece. Mientras esperaba a que la puta me trajera el perico, prendí un cigarrillo y caminé un poquito, ni siquiera media cuadra, con sigilo, ¿entienden? cuando vi la punta del hijo de puta bus parado exactamente donde nosotros nos bajamos en la mitad de la trece ¿ah? ¿a quién putas se le ocurre que por un par de malparidos relojes vayan a parar todo el tráfico de la ciudad? ¿Ah? En esas me silbó la puta desde la reja y me dio el perico y yo la plata y del susto tan hijueputa me metí un pase ahí en la mitad de la calle. Caminé otro poco haciéndome el güevón y me metí a una tienda, compré una cerveza y me puse a tomármela en la ventana. Había un círculo de gente alrededor del bus y ahí llegaron, rojas y azules por todos lados. Esas luces para dejarlo a uno ciego, ¿no? Pues no eran ni uno ni cinco, sino como quince de esos perros en sus chaquetas verdes, unos en moto y otros en patrullas. Pensé en que de cuándo acá a estos hijosdesumadre les importa un culo lo que les pase a los demás, ¿no? especialmente por un robo tan marica que pasa todo el tiempo. Con el alboroto de las luces, varios de los curiosos se comenzaron a mover y vi a uno venir desde el grupo y entrar en la tienda diciendo “Don Joaco, ¿me da una gaseosa?” y dijo que la ciudad estaba cada vez peor. Yo me tenía que arriesgar, maricas, le tenía que preguntar, y entonces le pregunté y ¿saben qué me dijo esa gonorrea? Me dijo que tres tipos borrachos y armados habían entrado a ese bus, habían robado a todo el mundo y habían matado a una viejita. Me dijo que el mundo estaba cada vez más loco y que la ciudad más loca y que ojalá cogieran a esos asesinos y los lincharan. Le pregunté si había visto el cuerpo y me dijo que no pero que la policía estaba interrogando a la gente y que estaban esperando a Medicina Legal para el levantamiento. Me terminé la cerveza como si nada y me vine para acá. Maricas. ¿Qué vamos a hacer?” “Primero cálmese”, le dijo Ñato. “Nosotros no hemos matado a nadie. Si la puta vieja se murió fue del susto, pero eso no es culpa de nosotros”, dijo Ñato. Federico dio un puño a la mesa y dijo “CLARO QUE SÍ, MARICA DE MIERDA. POR SU CULPA Y SUS GRANDES IDEAS, PEDAZO DE HIJUEPUTA”. Ñato saltó de la silla sobre la mesa y se tiró sobre Federico que recibió de llenó un cabezazo en la oreja que lo hizo caer, pero se paró rápido y se puso en guardia después de quitarse la chaqueta. La cortina se soltó del riel y la mesa se cayó al piso y con el escándalo todo el mundo volteó a mirar la pelea. Federico esquivo una patada de Ñato y le metió un puñetazo en las costillas y luego otro detrás de la nuca y Ñato cayó al suelo, en donde Federico aprovechó para patearlo como un salvaje por todas partes. Ñato alcanzó a coger uno de los asientos para esconderse pero Federico estaba como un loco y le seguía arriando a las patadas sin que nadie se atreviera a meterse hasta que reaccioné y salí para agarrarlo y frenarlo. Las putas gritaban y por el micrófono de la música un tipo dijo que por favor guardáramos la calma y que no dañáramos la fiesta. Cuando Federico se dio cuenta de que estábamos haciendo un espectáculo de la madre, volvió en si y dijo jadeando “me voy. Allá ustedes si se joden. Y a usted, Ñato, ésta le va a costar.” Ñato estaba en el piso con una mano sobre el suelo y con la otra se miraba la sangra que salía de su boca. Federico recogió la botella del suelo, se dio otro trago y la lanzó sobre el regazo de Ñato. “Ahí le queda para que se calme, mariconcito”. Federico recogió su chaqueta, la desempolvó y comenzó a salir cuando se oyó el disparo. Hubo un silencio completo. Alguien dijo “jueputa, lo mataron” y una de las putas, me imagino, dio un grito. Ñato seguía en el suelo y empuñaba el revólver con la mano temblorosa. Yo estaba pálido. Federico se mandó la mano a la espalda y se volteó y Ñato volvió a dispararle en el estómago. Federico gritó de dolor y dijo “Esta mierda arde. ARDE”, y trató de levantarse, pero Ñato volvió a disparar y ahora sí Federico comenzó a convulsionar en el suelo y le salía sangre por la boca mientras sus ojos se decoloraban y comenzaba a entrarle la palidez de la muerte. “Para que vea a quién le va peor, gonorrea”, dijo Ñato mientras se acercaba renqueando con una mano en las costillas hacia Federico y le apuntó otra vez a la cabeza, pero no le disparó, sino que le escupió un coágulo de sangre en la cara y le dijo “muerto, perro. No sos nada”. Yo tenía que salir de ahí. Corrí pasando junto a Ñato y sobre el cuerpo de Federico y baje las escaleras mientras Ñato me gritaba “mariquita” “rata” y cosas así, pero qué me iba a importar. Entonces llegué a la calle y sentí el garrotazo en las rodillas y aquí me tienen contándoles esto. Yo no tuve nada qué ver en nada. Lo juro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario